MÁSCARAS
a Jorge Montironi
He despertado a la noche y tú no estabas para verme volar entre las fieras,
que supuestamente habían venido a
visitarnos.
He sobrevivido a cualquier catástrofe y sin embargo, casi estaría autorizán-
dome a decir, que no encontraba soluciones esperadas.
Nadie fue a visitar las cavernas que yo conocía, y ninguno de nosotros se
hizo neblina. Nadie contaminó al albatros.
Los indígenas continuaban sus rituales incansablemente y no tuve ninguna
compasión para las bestias.
Seguí el rumbo que nos pertenecía.
Sospeché que eran arbitrarios seres sin destino.
Después ni el río supo fluir y para no querer ser más, interruptor de ondas
magnéticas, dije que seguiría.
Fue a los dioses a quienes quise seguir y por la
confusión de las dudas
que tuvieron los hombres sabios, no hubo cercanías.
Ninguno de nosotros imaginaba altas esperanzas entre viejos sonidos,
que se evaporaban con rapidez, y nadie estuvo saciado.
Don de dones.
Te escribiré sobre la navegación cuando la noche se haga
día.
Te escribiré antes de poder escribirte.
Te escribiré sin tener nada que contarte.
Dejaré diferentes emociones y te diré que el hombre que no conoce los signos
con los que estamos obligados a seguir las piedras multicolores de nuestro
camino, no es un hombre.
Te escribiré entre marfiles con los que haré un
collar, y será bienvenido en el
arcón de nuestras joyas.
Dile al viento que su danza no ha servido para acompañar las marcas de lo
usado por los falsos marinos.
Nadie quiso que volvieran mis héroes más amados.
No hubo más carnavales desde aquel día.
No hubo más diferencias desde aquel día.
No hubo más historias de amor desde aquél día.
No hubo animales que se diferenciaran de nosotros desde
aquél día.
Imposibles luchas de guerreros apacibles, seres aparentemente amables,
mas imaginaban inventar con nosotros las mañanas.
Sin noche, sin mañana, sin amigos que fuesen héroes por suponer haber
inventado una batalla, todo fue lejanía.
Solo la apuesta iluminaba las altas aventuras
incumplidas.
No pude calcular la luz del día, ni siquiera pude evitar
el desamparo.
Quise ser más que un espléndido amante de lo vivo.
Quise ser la mujer que nadie había visto, ni escuchado.
Me perdí
entre voces desgarradas.
Amante de cuanta imposibilidad se armara en mis
alrededores, a nadie
quise decirle que sí.
Todas fueron flores secas, sin la fiebre habitual que
moja los ríos
y acompaña por
nada a los pantanos.
No hubo entre nosotros algo que iluminara algún rincón, alguna esquina.
Imposible pactar tremendo desencuentro.
No quise volver y no volví.
Después, todo dolor fue entre comillas.
Fueron salvajes las palabras que no pronunciamos entre
todos.
No alcanzaron sus máscaras.
No eran nuestros amigos.
Escollos del camino capitán.
Brindo contigo.
LUCIA SERRANO
LUCIA SERRANO
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