José
García Nieto nació en Oviedo el 6 de julio de 1914. Su infancia, que
transcurrió entre Soria y Toledo, estuvo marcada por la pérdida de su padre a
los seis años. Empezó la carrera de Ciencias Exactas, pero la abandonó para
cursar Periodismo, en Madrid, ciudad en la que se instaló en 1929. Desde sus
primeros años en la capital contactó con el círculo literario Café Gijón. Su
poética se inscribió dentro de la corriente de los llamados garcilasistas. Su
intensa actividad intelectual se concretó en proyectos como la fundación de la
revista Garcilaso que dirigió.
Junto
a Pedro Lorenzo, lideró el grupo literario «Juventud Creadora». También dirigió
las revistas Acanto —del Consejo Superior de Investigaciones Científicas—,
Poesía Española y Mundo Hispánico —del Instituto de Cultura Hispánica de
Madrid—.
Durante
la guerra civil española pasó un periodo en la cárcel y al concluir la
contienda quedó en libertad. En esos años publicó su primer poemario Víspera
hacia ti (1940). Su obra abarca una treintena de libros, entre los podemos
mencionar: Versos de un huésped de Luisa Esteban, Tú y yo sobre la tierra (1944);
Retablo del ángel, el hombre y la pastora, Toledo (1945); Del campo y soledad
(1946); Sonetos por mi hija, (1953); Corpus Christi y seis sonetos, (1962);
Circunstancia de la muerte, La hora undécima (1963); Memorias y compromisos
(1966); Facultad de volver, (1970); Taller de arte menor y cincuenta sonetos,
(1973); Sonetos y revelaciones de Madrid (1976); Los cristales fingidos (1984),
y Galiana (1986).
García
Nieto es una de las figuras más señeras de la corriente neoclásica de la
posguerra española. Su obra, un ejemplo de lírica clara y armoniosa, se enmarca
dentro de un paisaje lleno de esperanza, que canta a la plenitud de una
existencia y que se rige de manera convincente por las formas métricas
heredadas de la tradición renacentista.
Además
de la poesía, García Nieto cultivó otros géneros literarios: cuentos y obras de
teatro, adaptaciones de piezas del teatro clásico español... Por la
indiscutible calidad de su poesía, tanto por sus méritos intelectuales, ha sido
objeto de numerosos galardones, entre otros, el Premio Nacional de Literatura
«Garcilaso», en 1951; el Premio «Fastenrath» de la Real Academia Española, en
1955; el Premio Nacional de Literatura, en 1957; y en 1986 y 1987,
respectivamente, los premios «Mariano de Cavia» y «González Ruano» de
Periodismo. Asimismo, ha obtenido los premios «Hucha de Oro» (1972), «Juan
Boscán» (1973), «Francisco de Quevedo» (1976), «Alcarabán» (1977), «Angaro»
(1978), y un largo etcétera.
En
1982 se le nombró presidente del Círculo de Bellas Artes y el 28 de enero de
ese mismo año fue elegido académico de la Real Academia Española de la Lengua,
en la que ingresó el 13 de marzo de 1983 para ocupar el sillón vacante de José
María Pemán. En el acto de ingreso, José García Nieto fue presentado por
Gerardo Diego y por Camilo José Cela.
También
fue individuo de número del Instituto de Estudios Madrileños, académico
correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de
Toledo y socio de mérito del Ateneo de Madrid.
En
1992 sufrió un ataque cerebral con graves consecuencias para su salud.
Obtuvo
el Premio Cervantes de Literatura, máximo galardón de las Letras españolas que,
pese a su delicado estado, pudo recibir personalmente, el 10 de diciembre de
1996.
El
27 de febrero de 2001 fallece en Madrid, a la edad de 87 años.
XIII
A tu orilla he venido. Tengo un otoño, un pájaro
y una voz desusada. Tú me esperas: un río,
una pasión y un fruto. Y tiene nuestro encuentro
el vuelo, la corriente, seguros, proclamados.
He venido a tu orilla con los brazos tendidos
y ahora ya soy la hierba que no termina nunca,
el barro donde el agua sujeta sus mensajes
y la cuna del cauce para mecer tu sueño.
Dime si estoy pendiente de mi diario trabajo,
si basta a tus oídos mi tristísimo verso
o si a mi sombra vive mejor mayo tu carne.
De tu orilla me iría si ahora me dijeras
que te amo solamente como los hombres aman
o que mi voz te suena como todas las voces.
Hoy he tomado el barro de la palabra en frío;
su piel ya me conoce; poco a poco, temblada
por mi caricia, vibra, responde a la llamada
de la costumbre. Toco. Me adueño de lo mío.
Penetro en la palabra. Las orillas del río
me acogen, me conducen, y se siente creada
la mano creadora... ¿Vive la enamorada
mi amor, o me amenazan su ocaso y su extravío...?
¡Qué torpe es el amante, qué ciega su porfía!
No dice la palabra lo que ayer le decía.
O sí: dice lo mismo, miente lo mismo, inventa
lo mismo... «¡Calla, calla...!», le increpa. Y luego llora
su soledad. Y vuelve. Y, arrastrándose, implora:
«Quiero morir tocando tu barro, aunque me mienta».
Ir y venir de todas las memorias...
Ir y venir de todas las memorias
que el alma, olvidadiza, desenreda;
verse hombre solo, antiguo y solo, errante;
ver que todos los tiempos están cerca.
De un golpe, como hermosos corazones,
yacen los capiteles en la hierba
y encuentran hecha luz como un milagro
la flor silvestre de la primavera.
Se hace el acanto vegetal y tierno;
el hombre lo acaricia y algo tiembla
debajo de su mano; le parece
que un cuerpo estremecido se despierta.
¿Puede latir la sangre por los pulsos
ante la soledad de esta belleza
cuando todo se para en un intento
de detener la dicha verdadera?
Llueve un poco, tímidamente llueve;
brilla el mármol, el árbol de la piedra;
por un instante sólo, esta columna
alcanza con sus hojas las estrellas,
Que están, que van a estar, que acaso miran,
que mirarán desde su noche eterna
el desamparo de los que caminan
sin amor por la sombra de la tierra.
Publicado por Patricia Dizanzo
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