NOSOTROS DOS
(a Magdalena y Leandro)
“No fue que trabajé
como una bestia, para que vos pudieras
vivir como una reina, fue que trabajé como
una bestia,
porque vos eras una
reina y yo quería que vivieras conmigo”
Miguel
Oscar Menassa
Aturdidos, sedientos, nos acercamos al ámbar
natural
de nuestros besos y fuimos pájaros
hambrientos por el vuelo.
¡Quisimos llenar con nuestros sueños
todo el universo!.
Fue una tarde tranquila, la de nuestro
encuentro,
nos miramos de lejos para conocernos, fuertes,
enteros.
Después el tiempo, donde juntos
admiramos
aquél instante fugaz, su nombre austero,
magia del verbo, bello rostro de
literatura y cielos.
Toda la vida era un corazón latiendo
entre cornisas,
sin temor al entusiasmo señalado, ni
camino imposible
de habitar, para nosotros dos, amantes
del espejo.
Vivíamos en la selva y de la ciudad,
visitábamos su centro.
Nos recostábamos mansos, en todas las
orillas prometidas,
para ver correr el aire alrededor, violento
torbellino,
de nuestro visitante inquieto, faro de
cristal,
virgen del mar, timonel sin nombre, oro
sumergido.
Indefinido siglo de los amantes
despiertos
como nosotros dos, amor mío.
Te llevaré en mi piel por las mañanas, y
al volver,
veras que he transitado contigo los
caminos,
que no ahuyentaron mis pisadas de
valiente soldado,
cumpliendo sueños, que siempre nosotros
dos hemos tenido.
Y nos queda el tiempo por venir, los días
y las noches
de tantos desafíos, las costumbres, los
éxitos conmovidos,
transparencias de un tiempo atrevido,
espesura
recorriendo mansa como un río, la
propiedad de los monosílabos.
Amor mío, te querré bajo la lluvia de
todos los veranos,
y serás mía quizás algún invierno,
donde el sol oculte las estaciones que
intentan venir detrás nuestro,
sin que le hayamos pedido una constancia
de su cesar al vértigo.
Te querré por las tardes donde la noche
aguarda tus pasos de viajero,
y serás en mi vida tierra fértil y
crecerán en ella nuestros hijos.
Fue preciso aquel día ennegrecer el
cielo para volver a verlo
siempre azul en nuestros aposentos.
Te quise y te quiero como un ave que
despierta por el sonido
inmenso del silencio. Nocturno manantial
desnudo, ardiendo.
Fue a tu lado, que tuvimos un cuerpo
dispuesto a recorrer
gozoso el camino de las grandes
arboledas y ocultarnos
después de haber visto brillar al último
cohete en nuestro cielo.
Nosotros dos amor mío, no necesitamos
juramentos.
Anduvimos descalzos recorriendo las
piedras del camino y
nuestros pies amados por los hechos, nos
nombraron sabios,
para seguir viviendo sin apurar los esperados
acontecimientos.
Costumbres que tienen los hombres y
mujeres que viven en el reino.
Te besaré mil veces cerca de tu boca,
después de escucharte decir
mi nombre entretenido, jugando a ver que
notas capturan
el mensaje verbal y cierto, que siempre
merecimos.
Ala de altamar, farol nocturno que oculta
la furia de los fríos,
caminata lenta donde andaré contigo
encendiendo querido,
la risa de nuestros mejores besos.
Pero hoy, huésped de la neblina, vuelvo
a estar parado frente a ti,
y derramo a tus pies esta locura de luciérnaga
latiendo empedernida.
Porque se que viviremos juntos el resto
de los días, esta vida nuestra,
donde mensajeros fugaces nos cantaran al
alba una canción de amor,
que irá siempre a nuestro lado, con
nuestros pasos, derrochando la magia
de habernos conocido y tener nuestros
planes invisibles, secretos.
Nada será mejor que eso.
Lira
conmovida por lo cierto.
Azucena
lunar.
Concierto en do menor, latido carmesí
vibrando dentro.
Cuando te conocí cerraron las heridas y
nuestra corona no necesitó espinas. Construimos del alma un cántaro fresco,
para saciar la sed de todos los caminos, que íbamos a recorrer juntos, algún día,
tu y yo, amor mío.
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